martedì 28 agosto 2012

23 capitulo


Buen dia chicas!! Gracias por las firmas!
+13 FIRMAS DE 5 PERSONAS DISTINTAS Y OTRO

 
La cala estaba cubierta de penumbra. Las rocas brillaban, protegiéndola de los vientos... y de la vista. Había un olor a hojas mojadas y flores salvajes que explotaba a la luz del sol y permanecía al caer la noche. Pero, por alguna razón, no era una fragancia agradable. Olía a secretos y a miedos apenas nombrados.
Los amantes no se citaban allí. La leyenda decía que la cala estaba encantada. A veces, cuando un hombre se acercaba lo suficiente en una noche tranquila y oscura, las voces de los espíritus murmuraban detrás de las rocas. La mayoría de los hombres tomaban otro camino para no oír nada.
La luna proyectaba un brillo suave sobre el agua, reforzando más que disminuyendo la sensación de quietud y oscuridad susurrante. El agua suspiraba sobre las rocas y la arena de la orilla. Era un sonido apenas perceptible, que se desvanecía en el aire.
Los hombres reunidos en torno al bote eran como tantas otras sombras: oscuras, sin rostro en la penumbra. Pero eran hombres de carne y hueso y músculos. Y no les tenían miedo a los espíritus de la cala.

Hablaban poco y, entonces, en voz baja. De tanto en tanto se oía alguna risa, estridente en aquel lugar para el secreto, pero la mayoría del tiempo actuaban en silencio, con gran eficiencia. Sabían lo que tenían que hacer. Ya casi había llegado la hora.
Uno vio la sombra de alguien que se acercaba y gruñó a su compañero. Éste sacó un cuchillo y lo agarró por la empuñadura con fuerza. El filo relució amenazantemente en medio de la oscuridad. Los hombres dejaron de trabajar, expectantes.
Cuando la sombra se acercó lo suficiente, enfundó el cuchillo y tragó el sabor amargo del temor. No le daba miedo asesinar, pero aquel hombre sí lo intimidaba.
—No te esperábamos —dijo con voz trémula tras soltar el cuchillo.
—No me gusta ser siempre previsible —respondió con sequedad mientras un rayo de luna caía sobre él. Iba vestido de negro, totalmente: pantalones negros, camiseta negra y chaqueta negra. Alto y fornido, podía haber sido un dios o un demonio.
Una capucha ocultaba su rostro. Sólo asomaba el brillo de sus ojos, oscuros y letales.
—¿Vienes con nosotros?
—Estoy aquí —contestó como si la pregunta fuese obvia. No era un hombre al que le gustara responder preguntas y no le hicieron ninguna más. Subió al bote con la naturalidad de quien está acostumbrado al vaivén de las olas.
Era un bote pesquero típico, sencillo, limpio, recién pintado de negro. Sólo el precio y la potencia de su motor lo distinguía de los de su clase.
Cruzó el bote sin decir palabra ni prestar atención a los hombres que le abrían paso. Eran hombres fuertes, musculosos, de muñecas gruesas y grandes manos. Se apartaban del hombre como si éste pudiese estrujarlos con un simple movimiento. Todos rezaban porque el hombre no posara los ojos sobre ellos.
El hombre se colocó al timón y giró la cabeza hacia atrás, ordenando con la mirada soltar amarras. Remarían hasta estar mar adentro, para que el ruido del motor pasase inadvertido.
El bote avanzaba a buen ritmo, una gota solitaria confundida en el mar negro. El motor ronroneaba. Los hombres apenas hablaban. Era un grupo silencioso normalmente, pero cuando el hombre estaba entre ellos, ninguno se atrevía a hablar. Hablar significaba llamar la atención sobre uno mismo... y muchos no se atrevían.
El hombre miró hacia el agua sin prestar atención a las miradas temerosas de los demás. Era una sombra en la noche. La capucha temblaba sacudida por el viento, impregnado de sal. Pero él seguía quieto como una roca.
El tiempo pasaba, el bote se escoraba con el movimiento del mar. El hombre permanecía inmóvil. Podía ser un mascarón de proa. O un demonio.
—Nos faltan hombres —dijo con voz baja y rugosa el que lo había saludado. Sintió que el estómago le temblaba y acarició el cuchillo que se había enfundado para darse seguridad—. ¿Quieres que encuentre un sustituto para Stevos?
La cabeza encapuchada se giró despacio. El otro hombre retrocedió un paso instintivamente y tragó saliva.
—Yo le encontraré un sustituto. Deberíais recordar todos a Stevos —dijo alzando la voz al tiempo que abarcaba con la mirada a todos los hombres del bote—. No hay nadie que no pueda ser... sustituido —añadió tras una breve pausa antes de pronunciar la última palabra, y observó con satisfacción cómo bajaban la vista los pescadores. Necesitaba que le tuvieran miedo, y lo temían. Podía oler su miedo. Sonrió oculto por la capucha y volvió a mirar hacia el mar.
El viaje prosiguió y nadie le dirigió la palabra... ni habló sobre él. De vez en cuando, uno de los pescadores se atrevía a lanzar un vistazo hacia el hombre del timón. Los más supersticiosos se santiguaban o cruzaban los dedos para protegerse del demonio. Cuando el demonio estaba entre ellos, experimentaban el auténtico sabor del miedo. El hombre no les hacía caso, actuaba como si estuviese solo en el bote. Y ellos daban gracias al cielo por ello.
Apagó el motor a medio camino entre Lesbos y Turquía. El silencio repentino resonó como un trueno. Nadie habló, como habrían hecho si el hombre no hubiese estado en el timón. Nadie contó chistes groseros ni se intercambiaron apuestas.
El bote vagaba sobre el agua. Esperaron, todos menos uno helados por la fría brisa marina de la noche. La luna se ocultó tras una nube y luego reapareció.
A lo lejos, como una tos distante, se oyó el motor de un bote que se aproximaba. El ruido se fue acercando, cada vez más alto y constante. El bote emitió una señal, lanzando una luz dos veces, y luego una tercera antes de volver a la oscuridad. Luego apagaron el motor del segundo bote. En completo silencio, los dos botes se fundieron en una sola sombra.
Era una noche gloriosa, apacible, plateada por la luna. Los hombres esperaban observando la silueta oscura y misteriosa del timón.
—Buena pesca —dijo una voz desde el segundo bote.
—Es fácil pescar cuando los peces duermen.
Se oyó una pequeña risa mientras dos hombres volcaban una red repleta de peces sobre la cubierta. El bote se balanceó por el movimiento, pero no tardó en recuperar el equilibrio.
El hombre encapuchado presenció el intercambio sin decir una palabra o hacer gesto alguno. Sus ojos se deslizaron del segundo bote a la carga de peces sueltos y muertos que había sobre la cubierta. Los dos motores arrancaron de nuevo y los botes se separaron. Uno fue hacia el este y el otro, hacia el oeste. La luna brillaba en el cielo. La brisa sopló con un poco más de fuerza. El bote volvía a ser una gota solitaria en medio del mar oscuro.
—Abridlos.
Los pescadores miraron con inquietud al hombre de la capucha.
—¿Ahora? —se atrevió a preguntar uno de ellos—. ¿No los llevamos donde siempre?
—Abridlos —repitió él con un tono de voz que les provocó un escalofrío—. Me llevo la mercancía conmigo.
Tres hombres se arrodillaron junto a los peces. Sus cuchillos trabajaron con maestría mientras el aire se cargaba del olor a sangre, sudor y miedo. Los pescadores iban apilando paquetes blancos a medida que los sacaban del interior de los peces. Luego lanzaban los cuerpos mutilados de vuelta al mar. Nadie se los llevaría a la mesa.
El encapuchado se movía rápido pero sin dar sensación de presura. Iba guardándose los paquetes en los bolsillos de la chaqueta. Los pescadores se apartaron, como si pudiera matarlos con sólo tocarlos... o algo peor. El hombre los miró con satisfacción antes de regresar al timón.
Le gustaba sentir su miedo. Y nada le impediría quedarse con la mercancía. Por primera vez, soltó una risotada que heló la sangre de los pescadores. Nadie habló, ni siquiera susurró, durante el viaje de vuelta.
Más tarde, como una sombra entre las sombras, se alejó de la cala. El intercambio había tenido lugar sin sobresaltos. Nadie le había hecho preguntas, nadie se había atrevido a seguirlo, a pesar de que ellos eran varios y él sólo uno. Aun así, mientras recorría la playa, se movía con precaución. No era tonto. Aquellos pescadores asustados no era lo único que debía preocuparlo. Y no estaría a salvo hasta que hubiese terminado.
Fue una caminata larga, pero él la cubrió a buen ritmo. El canto de un búho lo hizo detenerse un instante para observar los árboles y las rocas a través de las rendijas de la máscara que llevaba bajo la capucha. Divisó la villa de los Sierra. Luego giró hacia los acantilados.
Subía entre las rocas con la misma facilidad de una cabra. Había recorrido ese camino miles de veces a oscuras. Y se mantenía alejado del camino marcado. En los caminos podía cruzarse con alguna persona. El hombre rodeó la roca en la que Lali se había sentado esa mañana, pero no vio las flores. Continuó sin pararse.
Había una luz en una ventana. La había dejado encendida antes de salir. Por primera vez, pensó en ponerse cómodo... y en tomarse un trago para quitarse el sabor del miedo que le tenían los pescadores.
Entró en la casa, atravesó el pasillo y entró en una habitación. Volcó de cualquier forma el contenido de los bolsillos de su chaqueta sobre una elegante mesa de Luis XVI. Luego se quitó la capucha.
—Una pesca estupenda, Nicolas —anunció Peter sonriente.


Que hizo peter? Peter es el hombre enmascarado que comanda el contrabando?7
Espero entendieron el capitulo!
Una pregunta:Porque peter no puede ser contrabandista?Existen mafiosos que por amor dejan todo,eh! Igual eso no quiere decir que sea contrabandista..solo que no eliminen ninguna oportunidad!
+13 FIRMAS DE 5 PERSONAS DISTINTAS Y OTRO

 

 

13 commenti: