mercoledì 3 ottobre 2012

20 capitulo


Hola ,acà subo solo porque son demasiados dias que no subo
+16 FIRMAS Y OTRO


Desde el día del suicidio de Nicolas, Peter pasaba todos los días por el lago y se acercaba al lugar del suceso. Los ciudadanos de Winter Cove habían ido acumulando flores en el sitio, hasta el punto de que ahora parecía una especie de monumento. También lo habían hecho en la entrada del restaurante, pero alguien había tenido el buen juicio de retirarlo antes de que lo reabrieran. Desde entonces, el lago se había convertido en un lugar donde rendir tributo a Nicolas Esposito
Durante sus salidas, nunca había visto a nadie en las cercanías. Pero aquella noche distinguió dos sombras y le pareció que estaban haciendo algo extraño, de modo que frenó en seco y encendió las luces largas.
—Maldita sea, ya te dije que no debíamos hacerlo —dijo un hombre, que parecía un anciano—. Ahora nos encerrarán en la cárcel.


—Oh, cierra la bocaza —contestó el otro—. No estamos haciendo nada malo.
Peter gimió al reconocer las voces. Eran Gabe Jenkins y Harley Williams.
—Bonita noche —dijo, cuando se acercó a ellos.
Gabe lo miró con desconfianza.
—¿Te has parado para charlar con nosotros?
—Eso depende. ¿Se puede saber qué estabais haciendo?
—Nada —respondió Harley.
—Es cierto, nada —confirmó Gabe.
—Pues me ha parecido que estabais buscando algo entre las flores. ¿Es que habéis perdido algún objeto?
—No, bueno… —empezó a decir Gabe.
—Sí —lo interrumpió Harley.
Peter estuvo a punto de reír.
—¿El qué?
—En realidad lo he perdido yo, no Gabe.
—¿Y qué es? Puedo ayudaros a buscarlo.
—Unas lentillas —respondió Harley—. Me incliné hacia delante para dejar unas flores y se me cayó la del ojo izquierdo.
Gabe lo miró con asombro. Resultaba evidente que su amigo se había inventado la historia.
—Qué curioso. No recuerdo haberte visto nunca con gafas —observó el policía.
—Claro, es que llevo lentes de contacto. Las he llevado durante años, prácticamente desde el día que comenzaron a venderlas.
Peter asintió.
—¿Ah, sí? ¿Y qué usas? ¿Lentillas duras o blandas?
—Más que duras, cabezaduras —intervino Gabe.
—¿Es que estás decidido a estropearlo todo? —protestó Harley—. Lo hago lo mejor que puedo.
—¿Estropear qué, Harley? —preguntó Peter.
Gabe suspiró.
—Será mejor que se lo digamos. Al fin y al cabo no hemos cometido ningún delito. E incluso es posible que aprecie nuestra ayuda.
—¿Vuestra ayuda?
Harley miró a su amigo y luego dijo:
—Esta mañana se nos ocurrió que es posible que alguien tenga alguna pista sobre lo sucedido.
—¿Una pista?
—¿Es que estás sordo, jovencito? ¿O eres estúpido? Supongo que sabes lo que quiere decir la palabra «pista».
—Sí, creo que sí —dijo Peter con cierta ironía—. Pero eso no explica vuestra presencia aquí, ni el hecho de que no hayáis ido a buscarme para contármelo.
—No queríamos hacerte perder el tiempo con cosas de viejos —dijo Gabe—. Pensamos que sería mejor actuar y decirte más tarde lo que averigüemos.
—¿Y qué esperabais encontrar?
—Tal vez, la nota de alguien que se sintió demasiado culpable como para asistir al entierro —explicó Harley—. O cualquier tipo de detalle sospechoso.
Peter pensó que la idea era buena, pero no quería que los dos ancianos se pusieran a investigar por su cuenta y complicaran más las cosas. Además, eran capaces de lo que fuera con tal de divertirse un poco.
—Pues la próxima vez que tengáis una idea brillante, os ruego que me lo comuniquéis —dijo—. De lo contrario, os encerraré por interferir en una investigación policial, por obstrucción a la justicia o por cualquier otro cargo que se me ocurra.
—¿Esa es tu forma de darnos las gracias? —gruñó Gabe.
—Sois vosotros quien deberíais dármelas, porque no os voy a encerrar por esta vez. Además, ¿por qué queréis investigar la muerte de Nicolas? El informe del forense ha llegado esta tarde a comisaría. El caso se ha cerrado. Fue un accidente.
—Ya, claro. Pero resulta que nosotros no nos tragamos esa píldora. Y tú, tampoco —observó Harley.
Peter gimió. Si Gabe y Harley estaban convencidos de que había algo raro en la muerte de Nicolas, suponía que medio pueblo pensaba lo mismo.
—¿Y no os parece que sería mejor que todos nos guardáramos nuestras opiniones?
—Esa es nuestra intención. No queremos entristecer aún más a la familia —dijo Gabe.
—Entonces, olvidaos del asunto.
—El silencio nunca ha resuelto nada —observó Gabe—. Pensamos que si podíamos encontrar algo que sirviera para esclarecer la muerte de Nicolas, sería mejor para su familia a largo plazo.
Peter pensó que esa idea se estaba poniendo de moda.
—Estoy de acuerdo con vosotros. Pero dejad la investigación en mis manos, ¿queréis?
Los dos hombres miraron el montón de flores con cierta tristeza. Sin embargo, no hicieron ademán alguno de marcharse.
—No tenéis intención de iros, ¿verdad? —preguntó Peter.
—Ya que estamos aquí los tres, es una tontería que no sigamos buscando —dijo Harley.
—Está bien, está bien… Os dejaré ayudar. Pero a condición de que solo toquéis lo que yo os diga.
Las caras de los dos ancianos se iluminaron.
—De acuerdo —dijo Harley, entusiasmado.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Gabe.
—Iré sacando las cosas una por una. Yo les echaré un vistazo y luego os las pasaré para que comprobéis si he pasado algo por alto. Después, las dejaréis al lado.
Peter quería que todo estuviera igual cuando terminaran la pequeña operación de búsqueda. Si existía la remota posibilidad de encontrar alguna pista en el improvisado memorial, convenía que nadie supiera que habían estado allí.
Peter comenzó a recoger los ramos de flores uno a uno; se sentía un idiota por estar haciendo aquella tontería con Gabe y Harley. Pero se habría sentido aún peor si realmente había alguna pista en aquel lugar y se lavaba las manos, sobre todo cuando acababa de prometerle a Lali que investigaría la muerte de su padre.
Muy pocos ramos tenían tarjeta; había margaritas, claveles, rosas, e incluso dibujos realizados por niños. Resultaba indiscutible que Nicolas había sido un hombre muy querido en aquella tierra, pero nada de lo que había encontrado hasta el momento le pareció extraño.
Entonces, vio un ramo de flores que llamó su atención; se encontraba semioculto en el fondo. Era más grande y generoso que los otros, como el tipo de ramo o de corona que se había enviado a un entierro; y por el lugar en el que se encontraba, parecía como si lo hubieran enviado el mismo día que se corrió la voz de la muerte de Nicolas.
Alrededor de las lilas y las rosas blancas había una cinta de color verde pálido. Y pegada a ella pudo ver una pequeña tarjeta en la que se veían dos palabras. Aunque habían transcurrido varios días y la lluvia casi las había borrado, aún se podía leer, claramente: ¿Por qué?

Peter suspiró. Él se preguntaba lo mismo.


Lali llevó un plato de huevos con panceta a Gabe y un bol de cereales a Harley. Cuando se acercó a su mesa, los dos ancianos se quedaron en silencio. Dado que en general hablaban por los codos, Lali sospechó de inmediato. Y al ver que evitaban su mirada, supo que se traían algo entre manos.
—Muy bien, ¿qué sucede? —preguntó, mientras dejaba la comida sobre la mesa.
—Nada —respondió Gabe, con gesto culpable.
—Absolutamente nada —dijo su amigo.
Lali no se lo creyó. Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que todo estaba bajo control en el restaurante y acto seguido se sentó con ellos.
—No os creo —dijo, mirándolos a los ojos.
—Esa no es forma de dirigirse a unos clientes que ya venían a este local cuando tú solo eras un bebé —protestó Gabe, indignado.
—Puede ser, pero precisamente porque os conozco desde siempre, sé reconocer cuándo estáis tramando algo —observó ella—. ¿De qué se trata?


Gabe y Harley le diran algo a lali?
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